Claudio Aguilera, especialista en libro álbum ilustrado y ciudad: “Leer estos libros con niñas y niños nos invita a dialogar en torno a su propia relación con la ciudad, y a pensar su entorno”

9 diciembre, 2021

En el último taller del Ciclo 2021 de Casas Lectoras, contamos con la exposición de Claudio Aguilera, periodista de la U. de Chile y Máster en Libros y Literatura Infantil y Juvenil por la U. Autónoma de Barcelona, curador, investigador y docente especializado en historia del libro ilustrado. Claudio fue uno de los socios fundadores de PLOP! Galería, el primer espacio nacional dedicado a la ilustración, historieta y gráfica de Chile, además es editor de Letra Capital Ediciones, sello especializado en patrimonio y ciudad, y autor de los libros ilustrados Hermanos (Quilombo, 2014); Ahí (Erdosaín, 2016); La cabeza de Elena (Zig-zag, 2018 y Premio Municipal de Literatura el mismo año), y 9 kilómetros (Ekaré Sur, 2021, Premio Marta Brunet el mismo año).

En su ponencia, Claudio reflexionó sobre el vínculo entre infancia y ciudad a través de su representación en el libro álbum latinoamericano. Revisando diversos títulos, nos invitó a pensar cómo los niños se relacionan con las ciudades cambiantes y alborotadas donde vivimos. “Me parece fascinante como a través del dibujo en el libro álbum, historietas y revistas, es posible ver representaciones de la ciudad, la interacción que tenemos con ésta y cómo vamos cambiando nuestra presencia en ellas”, señaló.

“Me interesa revisar algunos libros donde la ciudad latinoamericana es protagonista. Se trata de libros donde se interroga la ciudad, y donde ésta, aunque a veces esté de fondo, nos habla: ¿Qué nos dice esta ciudad? ¿Qué emociones nos transmite? Me parece interesante el hecho de interrogar a la ciudad”.

 

¿Cómo fue tu vínculo con el afuera desde niño?

Nací en Coronel, cerca de Concepción. Tuvimos una infancia de calle, en una población con casas pareadas y lugares descampados. Nuestro patio eran vegas que se anegaban donde la gente sacaba camarones, nosotros jugábamos con sapitos que hacíamos saltar y competir en carreras. Era todo el día estar en la calle, jugando, uno se entraba un rato a tomar la leche y nada más. No había opción de decirle a la mamá “estoy aburrido”, porque diría “te las arreglas, yo tengo cosas que hacer”. En ese entonces el castigo era quedarse encerrado, y yo me pregunto qué diría hoy un niño si le dicen que su castigo es quedarse en la pieza; hoy, cuando la interacción principal es digital desde los aparatos electrónicos que puedan tener a mano.

 

Y hoy, ¿cómo es el vínculo de los niños con la calle?

El peligro para los niños de hoy está en la calle, no le pueden hablar a extraños ni abrir la puerta a nadie, lo que se ha acrecentado con la pandemia. La casa representa el lugar donde nos sentimos seguros, pero eso es una construcción más bien reciente. Durante mucho tiempo era la ciudad, y no la casa, el lugar donde nos reuníamos, conversábamos y hacíamos sociedad. Es cosa de fijarse en cómo han cambiado los barrios, han crecido las panderetas, las rejas son más altas y aparecieron las defensas en las ventanas, le tenemos miedo a la ciudad. Creo que esto está muy vinculado a nuestra historia reciente, porque a partir de la dictadura comenzamos a temerle al otro. Luego vino este discurso de la delincuencia, que acrecienta el miedo al otro y la gente se ha atrincherado en sus propias casas.

Por otro lado, durante el siglo XX en Latinoamérica hubo muchos cambios que magnificaron las diferencias con el otro. La migración del campo a la ciudad ocasionó que las ciudades no dieran abasto y las personas construyeran sus casas como podían, en terrenos alejados del centro, sin alcantarillas, escuelas o parques. Las ciudades crecieron de manera no planificada y surgieron guetos, marcando la marginación: están los que viven lejos, los que tienen que viajar horas para ir al trabajo. Los sectores altos también se fueron alejando cada vez más. La ciudad se configuró como un espacio que muestra la tremenda desigualdad y polarización.

 

¿Cómo viven estas ciudades los niños y niñas?

 Hoy vemos comunas con muchas áreas verdes y otras sin ninguna, hay un tipo de ciudad para algunos y otro tipo para otros. ¿Cómo viven estas nuevas ciudades los niños? ¿Qué lugares tienen los niños para sentir libertad? Ustedes me dirán, están los parques, pero los parques también son formas de acotar el juego de los niños, sus libertades son muy contenidas porque como adultos creemos que la mejor forma de crianza es la contenida, donde vigilamos y seguimos a los niños permanentemente.

Alguien que ha trabajado mucho estos temas es Francisco Tonucci, pensador e ilustrador italiano. Él dice que si pensamos la ciudad desde los niños, y no desde los adultos, construiremos ciudades mucho más integradoras, amables, donde se puede vivir mejor. Hay un texto de Tonucci que es muy representativo de esta idea de que hoy lo desconocido está en la ciudad:

Antes teníamos miedo del bosque. Era el bosque del lobo, del ogro, de la oscuridad. Era el lugar donde podíamos perdernos. Cuando nuestros abuelos nos contaban cuentos, el bosque era el lugar preferido para ocultar trampas, enemigos, angustia. En cuanto el personaje entraba en el bosque, comenzábamos a tener miedo; sabíamos que podía ocurrir algo, que algo ocurriría. El relato se hacía más lento, la voz más grave. Nos estrechábamos unos a otros, y esperábamos lo peor. El bosque atemorizaba con sus sombras, sus rumores siniestros, el canto del cuco, las ramas que podían atraparte de repente.
En cambio, nos sentíamos seguros en las casas, en la ciudad, con los vecinos. Era éste el lugar donde buscábamos a nuestros compañeros y nos encontrábamos para jugar. Allí cada uno ocupaba su sitio, allí nos escondíamos, allí organizábamos la pandilla para jugar a las visitas, para enterrar el tesoro. Era el sitio donde construíamos los juguetes según modalidades y destrezas tomadas de los adultos, y aprovechando los recursos que el medio ofrecía . Era nuestro mundo, la ciudad era nuestro mundo.
Todo ha cambiado en el curso de pocas décadas. Ha habido una transformación tremenda, rápida, total, como nunca antes se viera en nuestra sociedad (al menos en ningún documento de la historia escrita). Por una parte, la ciudad ha perdido sus características, se ha vuelto peligrosa y hostil. Por otro, han aparecido los verdes, los ecologistas, los defensores de los animales reivindicando el verde y el bosque. El bosque se ha vuelto bello, luminoso, objeto de sueños y de deseos. La ciudad se ha vuelto fea, gris, agresiva, peligrosa y monstruosa.

La ciudad de los niños, Francesco Tonucci

 

¿Cómo se ha reflejado esto en el libro álbum latinoamericano?

Hay algunos muy interesantes que reflexionan acerca de las relaciones que establecen los niños con la ciudad: a veces con miedo, otras veces sin miedo, en ocasiones re-apropiándose de los espacios. Me parece que uno de los primeros libros que aborda este tema es La calle es libre de Kurusa y Mónika Doppert (Ekaré, 1981), un trabajo de los años 80 muy gráfico a la hora de mostrarnos cómo ha cambiado la ciudad. Es un libro muy informativo que registra el desarrollo de una ciudad en Venezuela tanto a través del texto como de las ilustraciones. Vemos cómo los cerros se van poblando, cómo la ciudad comienza a crecer hacia el cerro, y lo que significa vivir entre estas distancias. Nos muestra un grupo de niños que viven en una población alejada que no tiene un lugar donde jugar (porque su entorno no ha sido planificado así) y cómo se organizan para poder tener un parque.

Este libro es muy interesante para reflexionar sobre cuáles son las necesidades de los niños en una ciudad, y cómo ellos son objeto y sujeto de políticas públicas. Algo muy atingente para nuestro país, cuando estamos escribiendo una nueva constitución, es preguntarnos cómo construimos una ciudad para todos y cómo incorporamos la voz de los niños y niñas.

Otro libro que recomiendo mucho es De noche en la calle de Angela Lago (Ekaré, 1999). Nos muestra otra versión de la ciudad, esa ciudad oscura a la que hay que temerle. Este libro salió en los años 90 en Brasil, cuando surgieron estas “brigadas del terror” donde ex militares organizados llegaban a las grandes ciudades a matar a los niños que vivían en la calle. El libro nos muestra a un niño de la calle que vende fruta para vivir, corre entre los autos, le gritan, escucha los bocinazos. Vemos que la calle es el hogar de este niño pero que también representa un lugar de hostilidad y peligro. La estética del libro es muy interesante, porque las ilustraciones (usando los colores de los semáforos)  representan la agresividad que existe en este espacio y la atmósfera de deshumanización hacia los niños que viven en la calle, a los que vemos y no vemos, que están pero no están.

Camino a casa (Jairo Buitrago)

En varios de los libros de Jairo Buitrago, un autor muy presente en Biblioteca Libroalegre, aparece también este tema.

Jairo ha reflexionado muchísimo sobre la infancia y la ciudad, dándole un rol muy importante a las ciudades donde transitan sus personajes. En Camino a Casa (FCE, 2008), la ciudad nos habla, nos da cuenta de las sensaciones de los protagonistas y su contexto, particularmente de niños marginalizados que viven en la precariedad. Nos muestra a una niña que vive en la periferia, que tiene que caminar mucho para volver de la escuela a su casa. El libro tiene imágenes muy decidoras que dan cuenta de la destrucción de la ciudad, de la pobreza, la precariedad, la falta de cuidado y de áreas verdes, y de como la infancia es vulnerada en la ciudad.

En Emiliano (Babel, 2008), otro de sus libros, comienza mostrándonos un paisaje de la ciudad, del centro urbano, donde el niño es apenas un puntito en medio de este paisaje gris, que siempre sale de la mano de su mamá. El relato da  cuenta de esto que comentaba anteriormente, que los niños suelen estar permanentemente vigilados, cautivos de la ciudad.

Los libros de Jairo nos muestran dos posibilidades: la ciudad como lugar opresivo, pero también como lugar de descubrimiento, de conexión con el mundo y vinculación con los otros. Leer estos libros con niñas y niños nos invita a dialogar en torno a su propia relación con la ciudad, y a pensar su entorno: la locomoción colectiva, el tráfico, la basura, cómo son las construcciones y la gente que habita esta ciudad, los oficios que realizan.

De una u otra manera todas las ciudades se parecen un poco, pero también sabemos que cuando uno llega a una nueva ciudad siempre hay algo extraño. En Eloísa y los bichos (Babel, 2009), Jairo Buitrago nos muestra esta extrañeza muy gráficamente, la protagonista puede perderse pero también reconocerse en la ciudad. Esto también está muy presente en Los aeropuertos (Castillo, 2014), otro de sus libros.

Los personajes en las ventanas también son muy habituales en los libros de Jairo, como se ve, por ejemplo en Unas personas (Océano, 2019), otro de sus trabajos. Las ventanas representan justamente este límite entre lo privado y lo público. ¿Qué hace la gente dentro de sus casas? Estas ventanas son como pequeñas pantallas donde podemos imaginar que simultáneamente hay algo sucediendo al otro lado.

 

¿Por qué mirar la ciudad?

Mirar la ciudad es descubrir, es estar atento a lo que nos sucede. Es muy curioso como caminamos hoy por la ciudad, quizás por los celulares o por esta sensación de que debemos protegernos, generalmente queremos pasar rápido, miramos hacia abajo, vemos las veredas y no a la gente o lo que pasa alrededor. No miramos hacia arriba, las construcciones y edificios.

Con diversos títulos, desde Letra Capital hemos querido acercar a los niños a la ciudad de una manera más informativa, presentándoles la historia de lugares como el Cerro Santa Lucía, Plaza de Armas y Valparaíso, entre otros. Nos parece vital lograr que los niños se re-apoderen de su entorno urbano, que vuelvan a habitarlo porque es allí donde se da el encuentro con el otro, el reconocimiento del otro, y también el propio reconocimiento. Volver a habitar las ciudades es volver a ser político, es salir del individualismo, hablar de los problemas comunes y volver a ser en la sociedad.

 

9 kilómetros (Ekaré Sur, 2021), libro álbum escrito por Claudio Alguilera e ilustrado por Gabriela Lyon que acaba de ganar el Premio Marta Brunet.

 

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