Macarena García González es doctora en Antropología y Estudios Culturales, investigadora del Centro de Justicia Educacional de la Universidad Católica y convocante del 25 Congreso de la Sociedad Internacional de Investigación de Literatura Infantil que se hará en Santiago en julio de 2021. Enseña crítica de LIJ en la universidad y dirige el proyecto de investigación “Repertorios emocionales y literarios para la infancia”.
¿Qué posición tiene la literatura infantil en el mundo académico chileno?
De a poco está ganando posición. Hasta hace muy pocos años, toda la investigación que se hacía en LIJ era ligada a la educación, pero ya hay varias tesis doctorales chilenas en literatura infantil en departamentos de literatura. Eso hace un gran cambio, está empezando a tener ese espacio, y no es solo algo de Chile, es un movimiento en el mundo, un movimiento hacia valorar literatura para niños y niñas y los medios, el arte, la animación, el cine. El nivel de puja en el campo cultural ahora es mucho más fuerte. Creo que ha sido importante también la creación de los premios Colibrí que da IBBY, que aparezca como una literatura que también se premia, un objeto estético en sí. Y que haya autores de literatura adulta que buscan escribir libros para lectores más jóvenes, eso es nuevo. Todo esto tiene que ver también con este nuevo espacio ganado dentro del ámbito universitario.
¿Y crees que se la considera en el canon?
Pero el canon ya es tan problemático, habría que decolonizarlo, desmasculinizarlo, desclasarlo. Pero claramente el canon se está desadultizando y en Chile se refleja en que también se está desadultizando la cultura. Creo que el estallido social es una prueba de eso.
¿Se estudia la literatura infantil como materia en la universidad?
Se la ha empezado a estudiar, pero lo que más falta es una maestría, no hay maestría en literatura infantil y juvenil. Y hay muchísimo interés, hay como ocho diplomados que se llenan. Y hay dos maestrías que tienen muchos estudiantes latinoamericanos en España, porque permiten cortos periodos presenciales y se pueden hacer a distancia (en Galicia y Barcelona). Aquí en Chile, a propósito de la decolonización, está la capacidad para hacer eso, está la gente, hay buena investigación.
«Tenemos que pensar en cómo romper ciertos binarios entre adultos y niñes».
¿Hay una manera diferenciada en la universidad de enseñar literatura infantil y literatura general?
Se enseña igual, pero habría que enseñarla distinto, profundizando más en cómo los adultos producimos idearios de infancia. Tenemos que pensar en cómo romper ciertos binarios entre adultos y niñes. Tal vez los cursos de literatura infantil en la universidad requieran mucha lectura con niñes para ver qué pasa porque cuando lees con ellos, se lee de otra forma; fomentar ejercicios de escritura con ellos o para ellos, así cómo más reflexiones sobre las relaciones entre la lectura y otras formas de consumo cultural. Creo que hasta ahora lo que más hacemos es revisar corpus de libros sobre los que los adultos estamos de acuerdo en que son maravillosos. Después esos libros circulan un montón, pero sigue siendo una práctica bastante adultista.
¿Qué actitud percibes en estudiantes y académicos frente a la LIJ?
Todavía es un área poco jerarquizada del conocimiento. Los estudios de literatura tienen menos jerarquía y la educación de la primera infancia también. En Chile no hay hombres parvularios, por ejemplo, lo que te da un indicio de un orden cultural y de jerarquías que se cruzan para que la literatura infantil haya estado bastante relegada en el espacio académico. Pero en los últimos años esto ha cambiado mucho. Hay autocrítica en la Academia y necesidad de vincularse con comunidades y las culturas contemporáneas, vincularse con el afuera. Uno puede ver que hay académicos de literatura adulta a los que les interesa la literatura para niñes porque les interesa meterse en la escuela, saber finalmente qué se lee. Se ve como una forma de hacer algo más útil. Hay conciencia, también, de que ya no podemos seguir escribiendo artículos críticos de las formas tradicionales. Como dicen los colegas españoles ¡no podemos seguir escribiendo sobre el Siglo de Oro!
¿Hay un perfil de los estudiantes de literatura infantil?
En los diplomados son, principalmente, profesoras, mediadoras, bibliotecarias, etc. Ese es un grupo al que hemos logrado llegar como comunidad académica, es un grupo más ligado al trabajo con niños que al mundo del libro podríamos decir. Luego hay otro grupo más vinculado a la cultura pop, la ilustración, la novela gráfica, eventualmente el videojuego, etc. Ese grupo creo que puede ampliarse mucho, hay otra mirada ahí, pero como aún tenemos el foco puesto en literatura y no literatura y juego, animación, artes y otros géneros, ese grupo entra menos. Faltan cursos sobre cultura e infancia, todavía está todo muy segmentado, y lo que hay está en la facultad de letras o de educación. Habría que transitar más hacia estudios culturales infantiles y juveniles. También hay un grupo muy grande que está ligado a la edición, de editores independientes. Las compras del Estado y los fondos concursables les han permitido existir y por eso en el último tiempo han surgido varias.
«De niña leía de una manera casi “problemática”: “En el recreo no leas, por favor”, me decían».
¿Por qué te interesaste en literatura infantil?
He sido siempre una lectora voraz. De niña leía de una manera casi “problemática”: “En el recreo no leas, por favor”, me decían. Yo me decía a mí misma que cuando fuera grande escribiría libros como los que me habría gustado leer en ese momento. No había muchos, a veces me leía cuatro veces el mismo libro. Después escribí para niños y me di cuenta cuán complejo es hacerlo. Mi interés académico es en la literatura y otras artes y en la niñez. Ahora mismo estamos estudiando cómo se presenta la literatura en los libros de enseñanza escolar, las preguntas que se sugieren para trabajar los extractos seleccionados. Frecuentemente aparece un enfásis en las estrategias narrativas, en la decodificación, en las figuras literarias; hay muy poco espacio para relaciones más afectivas con los textos. La emoción aparece mucho en relación a la literatura, pero como algo a educar. De leer para sentir intensamente, nada.
¿Crees que en Chile hay miedo a las emociones?
Estoy cien por ciento segura. Me parece que es una cosa cultural más amplia. Los profesores nos lo dicen todo el tiempo, que tienen mucho miedo de que alguien se vaya a poner a llorar o que se le gatille “un proceso”. Se sienten muy culpables si alguien se les pone a llorar mientras están leyendo, por ejemplo. Hay un rollo de cultura terapéutica, por decirlo así, que si tú abres algo, tienes que saber contenerlo y cerrarlo y lo estético jamás fue eso, no tenemos porqué cargarle tanto.
Nuestro número 2 de La Pieza Secreta tiene como tema la resistencia en la literatura infantil, ¿se te viene algún libro a la mente si piensas en resistencia?
Sí, En la selva hay mucho por hacer, de Mauricio Gatti, un anarquista uruguayo que me presentó María Berríos que está haciendo una investigación curatorial sobre él. Es visualmente precioso. Es sobre organizarse, colectivizarse y sobre resistir las otras fuerzas. Es con animalitos en la selva, y no tiene nada de ese discurso de “te voy a explicar los problemas sociales para que tú seas un buen ciudadano”. Es que los libros que muestran resistencia social, en general, los encuentro un poco moralizantes, muy de discurso.
¿Tienen una influencia en la sociedad los libros infantiles de resistencia?
Yo me he metido poco en literatura para jóvenes, pero ahí hay mucha novela de distopía* que podría pensarse como narrativa de resistencia. No miraría en menos los libros que, aunque no sea explícito en su trama, resisten trasgrediendo las propias convenciones sobre lo que es un libro o lo que es apropiado para niños como La madre y la muerte/ La partida, Rompecabezas o El pequeño libro rojo, por nombrar algunos. Porque quizá tenemos que pensar en cómo los libros producen ensamblajes de resistencia, más que en la resistencia en la literatura. Sí me gustaría ver más narrativas colectivistas porque hay una narrativa política que es súper individualista. Ojalá encontrásemos historias para producir formas de colectivizar, formas de entender que no somos individuos contra individuos, sino que somos humanos más humanos, como se bosqueja en la literatura de Shaun Tan o, por dar un ejemplo clásico latinoamericano que nunca se celebra lo suficiente, en el Fuenteovejuna que es La peor señora del mundo.
*Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana.
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