Tomi Ungerer, el aventurero rebelde

3 abril, 2019

El pasado mes de febrero murió el francés Tomi Ungerer, uno de los grandes creadores de literatura infantil del SXX. “El niño malo de los libros infantiles”, como le llamaban muchas veces, se caracterizaba por respetar la inteligencia de los niños y no tratar de endulzarles la realidad. Solía decir: “Si mis libros aún prosperan, y han sido traducidos a más de 30 idiomas, muy probablemente sea porque rompieron todas las reglas aplicadas a los libros infantiles llenos de osos de peluche en un mundo ilusorio donde todos son agradables, felices y estúpidos”.  

Ungerer siempre veía lo interesante en lo que era rechazado, reprimido, ignorado o marginado: “Creo que es crucial –decía- mostrarles a los niños que no importa cuáles sean las faltas, siempre hay una manera de sobrevivir y ganar siendo diferentes y sacar lo mejor de lo que uno tiene.” Desde el comienzo de su carrera, en la década de 1950, desafió las normas y convenciones sociales con sus historias e ilustraciones que se apoyan en el absurdo, y que están llenas de creatividad, irreverencia, humor, y no rehúyen el vocabulario provocador o temas que tradicionalmente se han considerado no aptos para niños. En sus libros hay historias que confrontan la diferencia (Flix), el racismo (Nuevos amigos) o la guerra (Otto, autobiografía de un oso de peluche). 

Nació en 1931 en Estrasburgo (Alsacia), en una acomodada familia de relojeros. Cuando era niño los alemanes ocuparon Alsacia, en 1940,  y vivió la Segunda Guerra Mundial. Su familia empobreció en aquellos turbulentos años y Tomi, como muchos otros, sufrió la adoctrinación nazi y la prohibición de hablar alsaciano en la escuela. Quizás fue en esos años cuando se empezó a formar su espíritu rebelde y crítico. En su último informe de notas del colegio lo calificaban de “perverso y subversivo”.

Su infancia estuvo marcada por la guerra y vivió esos acontecimientos con curiosidad y asombro, sin tener un verdadero sentido del peligro. Esas vivencias y recuerdos fueron plasmadas en dos libros: A la guerre comme à la guerre (1991) y Die Gedanken sind frei (1993). En esos primeros dibujos, llenos de frescura, mostró un temprano sentido de la observación, especialmente en las caricaturas del ejército alemán. Los recuerdos de ese período le generaron un profundo rechazo y repulsión a la guerra y al fascismo.

La posguerra generó dudas y provocó reacomodamientos en la personalidad de Tomi Ungerer. Se sintió atraído por la aventura y los viajes y decidió hacer el servicio militar con las tropas francesas en Argelia. Su producción atraviesa, por esa época, un período de características macabras y oscuras. Ungerer recorrió casi toda Europa caminando y en bicicleta. Publicó sus primeros dibujos en la revista Simplizissimus y empezó sus estudios en l’École des Arts Décoratifs de Estrasburgo, «pero después de unos meses, me pidieron amablemente que me fuera».

En 1956 decide probar suerte en América; se instala en New York y queda fascinado con la cultura que descubre. Lee a Faulkner, a Steinbeck y a Fitzgerald, escucha jazz, blues y se apasiona con la caricatura y el humor político de las revistas y diarios norteamericanos.

Su primer libro para niños, Los Melop se lanzan a volar, se edita en 1957 y, a partir de 1958, sus dibujos aparecen en The New YorkerEsquireLife ShowFortune y otras importantes publicaciones.

Entre 1958 y 1962, Tomi Ungerer publica tres libros más de la serie de los Melop, además de Crictor (1958), Adelaide (1959), Emil (1960), Rufus(1961) y Los tres ladrones (1961). Para esta época comienza a colaborar con la editorial Diogenes Verlag, de Zürich, en donde publica la mayoría de sus libros. Su primera gran exposición se realiza en 1962, en Berlín. En 1966 aparece su libro El hombre de la luna y, en 1967, El Ogro de Zeralda.

En la cumbre de su éxito, el artista reacciona contra lo que percibía como la hipocresía y la superficialidad de la sociedad estadounidense en la que estaba inmerso. Tres libros que él considera como el testamento de un periodo pasado son feroces testimonios de su crítica a la sociedad norteamericana: The Party (1996), Fornicon (1970) y América (1974).

En 1974 Tomi Ungerer decide dejar el exitoso mundo de la ilustración infantil para dedicarse a sus dibujos para adultos. Este cambio provocó controversia y sus libros infantiles fueron prohibidos durante años en Estados Unidos, sacados de bibliotecas y castigados por el Times (que se negó a reseñarlos) por haber sido creados por un artista tan ofensivo. Para algunos, su libro Fornicon fue el culpable de su exilio de Nueva York: un libro con dibujos eróticos que podría ser visto como pornográfico, si no se entiende la sátira que hay detrás, criticando justamente la mecanización del acto sexual. Con esto, Ungerer dejó de ser el ícono que había sido para la generación anterior y en 1970 decidió abandonar la ciudad con su tercera esposa, Yvonne Wright, para instalarse, primero en Canadá, en un pueblo costero, donde se dedicó a pintar y a criar a sus hijos, y luego en Irlanda, donde se alejó por siempre de Norteamérica, y donde murió recientemente.

En resumen, la producción de Tomi Ungerer está calculada entre 30.000 y 40.000 dibujos y más de 120 libros, ilustrados por él y traducidos a 30 idiomas, que cubren 40 años de creación artística, y recorren una amplia variedad de técnicas, estilos y productos: libros para niños y para adultos, cartoons, posters, publicidades, etc. Ungerer nunca quiso ser clasificado en una técnica específica o dentro de un género, tratando siempre de preservar la diferencia y la originalidad de sus ideas. A lo largo de su carrera ha recibido numerosos premios entre los que destacan la Medalla de Oro de la Sociedad de Ilustradores y el Premio Hans Christian Andersen. En 2007 se inauguró en Estrasburgo el Centro Internacional de la Ilusración y Museo Tomi Ungerer.

A pesar de haber dejado la producción de libros infantiles, hacía interrupciones esporádicas, como cuando en 1999 publicó Otto, autobiografía de un Oso de peluche, un magnífico libro sobre la guerra y el nazismo. En sus últimos años centró sus esfuerzos y energías en causas humanitarias, colaborando con grupos de ex drogadictos y recaudando dinero para niños enfermos, y dividió sus días entre su casa rural de Irlanda y su casa de Estrasburgo, donde está el museo dedicado a su obra, un lugar donde conviven sin problemas sus tres intereses: la política, el sexo y los dibujos –infantiles y adultos- presentes en sus libros, sus campañas publicitarias, sus pósters políticos, sus paisajes y su erótica. Algo que para algunos parecía imposible.

 

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