Beth Anne Martin es de Estados Unidos y Diego Velasco, de Chile. Son pareja y durante más de tres años han sido voluntarios de la biblioteca Libroalegre. Se conocieron jugando fútbol en la playa Caleta Abarca en Viña del Mar. Diego no se olvidó de Beth “porque me dio una buena patada”, y porque a los dos les gustaba la Historia, y por ahí empezaron a conectar un poco más. En su último tiempo en la biblioteca hacían juntos turnos los martes y los sábados en la tarde, también traducían cuentos del inglés. En realidad siempre estaban dispuestos a apoyar en lo que hiciera falta: reemplazar en otros turnos o inventariar e ingresar nuevos libros. Hace poco se han ido a vivir a Arizona, en Estados Unidos, desde donde piensan seguir conectados y colaborando con ONG Libroalegre. En esta entrevista nos cuentan un poco de ellos y de su paso por la biblioteca.
¿Cómo llegaste a Chile, Beth?
Soy de Arizona, y llegué a Chile en 2012 con una beca Rotary. En Estados Unidos había estudiado Historia de América Latina y Sostenibilidad en Medio Ambiente. En Chile continúe mi formación con un magíster en Historia de América Latina en el que hice una tesis sobre seguridad alimentaria y género, enfocándome en los cambios valóricos y políticos desde la época de Allende a la de la dictadura.
¿Y cómo supiste de las bibliotecas Libroalegre?
A través de una reunión organizada por Rotary en la que nos dieron a conocer varias organizaciones sociales, y entre ellas estaba Libroalegre. Parte de mi beca consistía en hacer trabajo social, así que conocí y trabajé como voluntaria en varias organizaciones, pero en todos esos lugares encontré cosas muy oscuras en relación a la plata y la administración que me hicieron salir muy decepcionada. Quería ser voluntaria pero no encontraba un lugar transparente. Cuando llegué a Libroalegre, todo me pareció limpio y claro, y esa fue una razón para querer quedarme. Me gustó la visión de que la gente en estas bibliotecas no estaba pensando maneras de sacar plata o hacer su negocio. Me pareció que era un grupo honesto y con una clara visión de lo quería para la sociedad.
¿Y a ti, Diego, qué te atrajo de Libroalegre?
Yo soy ingeniero comercial, especializado en negocios internacionales, pero siempre he tenido una inquietud social. A la biblioteca de Cerro Alegre me trajo Beth en 2015. Ella me contaba cosas que me parecieron interesantes. Entonces, aunque no tenía mucho tiempo, vine. Conecté de inmediato con este mundo distinto que tienen. Sentí que entrar a la biblioteca era desconectar de lo que hay afuera: la ciudad, el ruido, los problemas. Eso me gustó, me sentía cómodo. Además siempre me han gustado los libros, entonces era como el lugar perfecto, aunque no sabía mucho de libros infantiles. En Chile, sobre todo en la época en la que yo crecí, no había diversidad de libros infantiles, no se importaban libros como ahora en este mundo globalizado. Para mí los libros infantiles eran Papelucho y los que te entregaban en el colegio. En Libroalegre descubrí otro mundo, y me enganché.
¿Cuál es tu conexión con los libros, Beth?
Siempre me gustaron los libros infantiles. Cuando era niña, mi mamá nos llevaba todos los miércoles a la biblioteca pública a buscar libros. Y mi padre fue profesor en una escuela y durante cinco o seis años fue el encargado de la biblioteca (de kinder a 6º), a través de él conocí también muchos libros para niños. Tengo amor por los libros y por la biblioteca porque pasé mucho tiempo de mi juventud en la biblioteca, iba varios días a la semana, también en la universidad. Cuando llegué a Chile, me sorprendió lo caros que eran los libros. Yo amo los libros y trato de leer 3 ó 4 al mes, pero en Chile no veía la forma de hacerlo porque eran tan caros. Así que recorrí las bibliotecas públicas, también la de la Universidad Católica, donde estaba estudiando. Pero no eran lugares como los que yo esperaba, lugares que invitan a conocer los libros, a imaginar. Las bibliotecas públicas en Chile eran muy distintas a lo que yo había vivido. Por eso, cuando llegué a Libroalegre, me sentí en casa, un espacio muy lindo, con libros atractivos e interesantes. Por eso quise ayudar y tomar turnos. Y también creí mucho en la idea, en la filosofía, el concepto de este espacio público, libre, abierto para todos. Sentí que cualquier persona estaba invitada a venir a leer, y eso me gustó y me llamó mucho la atención porque además de que los libros son caros, encontré que la sociedad aquí era muy clasista. Y en estas bibliotecas no había esa mentalidad clasista.
¿Qué les aportó el trabajo voluntario?
En un tiempo no me daba cuenta, pero necesitaba un nexo con la sociedad. Siempre trabajé en empresas privadas, nunca había tenido una instancia para estar ligado a la sociedad ayudando de esta forma, no tenía la cultura de retribuir. Beth me trajo a Libroalegre y siendo voluntario, las primeras veces me encontré con ese sentimiento. Eso es lo que me aporta. Me siento en contacto con la sociedad y eso me satisface en términos personales. Creo que en Chile no está la cultura de hacer sociedad desde ese punto de vista, en la biblioteca llené un vacío que no sabía que había en mi vida antes.
¿Piensan seguir vinculados con la ONG?
Para nosotros fue muy bueno conocer a los otros voluntarios -chilenos y de otros países- de la organización. También descubrir autores de literatura infantil y conversar y reflexionar sobre los libros en los encuentros mensuales de literatura. Fue súper importante. Y aunque ahora ya no estamos en Chile, queremos seguir vinculados a la ONG porque nos apasiona. Cuándo nos preguntaban “¿qué van a echar de menos en Chile?” Siempre decíamos que la biblioteca. Aquí en Estados Unidos vamos a buscar más libros infantiles y enviarles si nos piden algo en especial, y también podemos seguir traduciendo. Y queremos apoyar cualquier campaña que hagan para recolectar fondos, buscar donaciones acá para ayudarles a seguir creciendo.
¿Qué libros recuerdas, Diego?
Los tres ladrones, de Tomi Ungerer, por las ilustraciones y como cuenta la historia y por el final tan positivo. También me interesó mucho El payaso, de Quentin Blake, me gusta que es un libro solo de dibujos, sin texto, y la perseverancia del payaso hasta que encuentra alguien que lo ayuda y lo lleva a una casa. Y también Arturo y Clementina, que muestra el desequilibrio en una relación de pareja, me hizo pensar mucho.
¿Y tú, Beth?
De El topo que quería saber quién le había cagado en la cabeza me gustaban mucho las reacciones al leerlo de niños solos o en grupos de jardines. Es muy provocador. En general, la calidad de los libros en Libroalegre es impresionante. Me gustaba mucho también uno que se llama Coco y Pío porque muestra como uno puede ser amigo y compartir con alguien que es muy diferente. Muchos de los mensajes de los libros de Libroalegre son de tolerancia, de convivir, de respeto y de democracia. Yo creo que los niños absorben este mensaje y lo entienden y lo aplican en otras relaciones.
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Pezoa Véliz con Vargas Stoller, al interior del CESFAM Puertas Negras.
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