La artista visual, ilustradora y diseñadora chilena, Francisca Yáñez, habló sobre “Contar la memoria a la infancia” en el ciclo de talleres en línea “Casas Lectoras”. La charla fue parte de las actividades realizadas por Libroalegre para conmemorar los 50 años del golpe de Estado.
Francisca mostró a los participantes obras y libros para reflexionar en torno a posibilidades de diálogo con las infancias sobre temas de memoria y derechos humanos, así como su cruce con la literatura y el arte desde una perspectiva humana y de derechos. Junto con ello, compartió algunas de sus experiencias y aprendizajes a partir de su proyecto itinerante sobre infancia y migración “De un país sin nombre”, con el que recorre distintas ciudades del mundo.
A continuación, se presentan aquí algunas de las principales ideas que la autora compartió en la sesión de septiembre del ciclo “Casas Lectoras” 2023.
¿Por qué ilustras libros de literatura infantil y juvenil?
Cuando me preguntan por qué trabajo en lo que trabajo, siempre respondo (tanto a niños como a personas mayores) con la siguiente narración: El 18 de enero de 1974, cuando mi padre fue expulsado del país, tomamos un vuelo desde Santiago de Chile a Alemania. Como equipaje de mano mi madre me dio una maleta pequeña, de plástico, para que guardara lo que quisiera llevar conmigo. La llené con lo que a los dos años y medio era mi pertenencia más importante: las figuritas de papel que coleccionaba. En el aeropuerto nos escoltaron militares armados hasta el avión y la indicación era abordar rápido. Al subir la escalera, no sé si por una ráfaga de viento o porque se me cayó, la maleta se abrió y las figuritas salieron volando. Pensé que había hecho algo muy malo y que si no subíamos rápido los militares se iban a enojar, pero me importaba más que mis padres me retaran. Cuando me di vuelta, mis padres y mi hermano estaban bajando la escalera y comenzaron a recuperar todas las figuras que pudieron y las guardaron de vuelta en la maleta. Conservé esas figuras muchos años, en todos los desplazamientos que vinieron por los próximos 17 años con el estatus de refugiada otorgado por ACNUR. Mi padre tuvo prohibición de entrar al país hasta que en 1988 se decretó el fin del exilio. Desde entonces sigo yendo y viniendo, buscando mi lugar en el mundo. Como artista, también he transitado por distintas disciplinas: artes visuales, diseño gráfico y la ilustración de libros. Siento que en todas hago lo mismo, sacar a la luz esos relatos y juntar figuritas de papel. De manera natural, mi trabajo ha confluido en formas de hacer visibles las historias de los que hoy continúan desplazándose por el mundo.
Así surge “De un país sin nombre”, un proyecto artístico y literario que ya casi tiene 10 años y que parte de la pregunta: “¿Qué llevarías contigo si tuvieras que abandonar rápidamente el país?”
En dicho proyecto, partes de tu historia personal para reunir relatos colectivos.
Justamente, las historias que aparecieron allí me hicieron pensar que yo tengo una historia personal, que es muy local, que es la historia de una sola familia, pero muchas otras familias vivieron situaciones similares. Me pregunté cómo podía hacer para salir de mí y hablar de la memoria de otras personas de manera respetuosa, sin convertirlas en una generalización o lugar común. Así acuñé las “microhistorias”, que es poner atención a los relatos pequeños. Comencé a proyectar historias de otras infancias enfrentadas a la migración forzada (producto de guerras, dictaduras y otros motivos actuales), sobre la idea de que todos esos miles y millones de niños tienen una historia personal que puede construir una historia colectiva.
En los talleres nos preguntamos por ejemplo a qué nos aferramos, qué nos hermana. Y podemos ver que la tela de un vestido de una niña refugiada en medio de la guerra, que está tratando de pasar el barro, podría ser también el vestido de una niña chilena de un campamento en Santiago. Abordamos lo colectivo desde el detalle.
¿Cómo concibes la memoria y cómo la abordas en tu trabajo con infancias?
Hay una cita del escritor francés George Perec que a mí me gusta mucho, dice: “cada instante es persistencia y memoria”. Existen diferentes nociones de memoria, que conviven siempre. Está la memoria individual, la memoria colectiva y la memoria histórica. Los niños parten de su núcleo más cercano, de su memoria individual: “ayer fui al zoológico”, por ejemplo. Luego, cuando van al colegio empiezan a encontrarse con otros niños que también fueron al zoológico y comparten esa experiencia. Y más adelante, cuando van completando otras fases de enseñanza, empiezan a descubrir que quizás ese zoológico tiene una historia con su comunidad, por ejemplo.
También existe la memoria prestada, como cuando los niños dicen que se acuerdan de cuando estaban en la guata de su madre. Esos recuerdos no son menos valiosos que la memoria. Entonces, no todas las memorias son lo mismo y, por tanto, no hay límites a la hora de conversar o abordar el tema con niños y niñas, sobre la base de sus derechos. Una de las cosas en la que me interesa poner acento es que la memoria no es algo lineal, no tiene una dirección única: se detiene, se proyecta, regresa, en un juego permanente.
La memoria vinculada a los derechos humanos es un tema recurrente en tu trabajo, ¿es un tema difícil de abordar con niños y niñas?
Son temas difíciles, sí, no se puede negar, pero mi invitación es a dejar atrás el estigma de tema difícil. Quizás se les ha bautizado así con buenas intenciones, pero intuyo que también para crear una dificultad para llegar a ellos. Esa dificultad es, a veces, artificial porque simplemente se trata de temas, como cualquier tema del mundo, como una enfermedad, como una fiesta.
Por eso invito a cambiar el estigma de ‘tema difícil’ por el de ‘tema desafiante’ o ‘tema complejo’, porque la dificultad la ponemos nosotros al complicarnos en cómo transmitirlo a niños y jóvenes.
¿También hay algo de prejuicio?
Totalmente. Cuando se habla sobre derechos humanos o violación a los derechos humanos se parte de la base de que se habla desde el odio o el resentimiento. Pero la mayoría de las personas que conozco y que abordan estos temas, lo hacen desde una forma sumamente amorosa. Creo que tenemos que ir dejando atrás algunas etiquetas que le ponemos a temas de memoria.
Por otro lado, por las oleadas revisionistas, hoy existe una tendencia por poner en tela de juicio las verdades históricas. Percibo que cuando se quiere hablar de memoria, para dejar contenta a la gente, se intenta forzar la idea de que la memoria es futuro, de decir “no estamos mirando hacia atrás, estamos mirando al futuro”. Si bien entiendo la buena intención de esa mirada, discrepo porque creo que la memoria no es unidireccional, a ratos puede ser puro presente, o todos los tiempos al mismo tiempo. Para mí, la memoria es algo que opera de formas muy misteriosas y que está en permanente elaboración.
¿Recuerdas algún libro que te haya marcado de niña?
Cuando tenía 5 años, tuvimos que arrancar a Argentina con lo puesto y nos tocó el golpe de Estado allá. Fue un año muy difícil, viviendo en la clandestinidad en diferentes casas, sin ir a la escuela. Eso derivó en mucho encierro y aislamiento. Fue en ese tiempo que yo estaba aprendiendo a juntar letras y leer palabras. Mi hermano de 7 años me empezó a ‘hacer clases’ para enseñarme a leer, pero no teníamos libros. Unos amigos argentinos de mis padres llegaron de visita con dos libros de regalo: Y los marcianos invitaron a los hombres, de Philippe Ebly y Los sueños del sapo, de Javier Villafañe. Este último, además de ser un libro de cuentos bellísimo, estaba ilustrado con dibujos de niños. Eso me marcó mucho. Pensé que mis dibujos también podían estar en libros. Muchos años después supe de la talla del autor y hombre de la literatura infantil que fue Villafañe y el trabajo extraordinario que hizo. Tengo mucho cariño por esos libros porque fueron mi refugio y mi iniciación a la lectura por mi cuenta.
¿Qué opinas del trabajo de ONG Libroalegre en el ámbito de la literatura infantil y juvenil contemporánea?
Tengo la convicción de que es en regiones donde están los terrenos más fértiles para el trabajo en cultura ahora. La centralización hizo que en estos años se las arreglasen con perspectiva de los lugares que habitan y han generado espacios muy honestos y con sentido. Descubrí Libroalegre hace tiempo, y ya me llamaba la atención el trabajo de hormiga que estaban haciendo. No me extraña que ahora esté dando frutos. Creo firmemente en el vínculo de la lectura con los lugares habitados, con el entorno; es ahí donde un niño crea herramientas para la comprensión de su propio universo, para ampliarlo a medida que crece.
Tengo mucha admiración por la labor que hacen. Acercar a la infancia a autores de primer nivel es de suma importancia para que el acceso a la experiencia literaria crezca.
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